Hay algo que me gusta en la agonía, y es que sé que es verdad ... los hombres no simulan convulsiones, no imitan el dolor.
Unos ojos se vidrian, y es la muerte.
Imposible fingir las gotas de sudor sobre la frente que la inhábil angustia va ensartando.
Andar siempre a su lado, siendo la más pequeña de los dos.
Mi cerebro es el suyo y mi sangre es su sangre.
Dos vidas que ahora son un solo ser.
Siempre participar de su destino.
Tratándose de penas, casi todas, y si son alegrías apartarlas para ese corazón al que amo tanto.
Toda la vida para conocernos, aunque nunca sabremos nada de Él, y luego una mudanza, lo que llamamos Cielo, arrebatados de cualquier cercanía de los hombres, descubriendo lo que nos confundía
... sin ningún repertorio de palabras.
Unos ojos se vidrian, y es la muerte.
Imposible fingir las gotas de sudor sobre la frente que la inhábil angustia va ensartando.
Andar siempre a su lado, siendo la más pequeña de los dos.
Mi cerebro es el suyo y mi sangre es su sangre.
Dos vidas que ahora son un solo ser.
Siempre participar de su destino.
Tratándose de penas, casi todas, y si son alegrías apartarlas para ese corazón al que amo tanto.
Toda la vida para conocernos, aunque nunca sabremos nada de Él, y luego una mudanza, lo que llamamos Cielo, arrebatados de cualquier cercanía de los hombres, descubriendo lo que nos confundía
... sin ningún repertorio de palabras.
... su obsesión es trabajar en el cine. Intenta, sin éxito, entrar en la Paramount, y posteriormente en Goldwyn; para ello vive experiencias sexuales con hombres de rostros desconocidos, de quienes olvida su nombre al momento.
ResponderEliminarAños después confesaría a Lena Pepitone que en esa época se acostaba con todos aquellos que se lo pedían; a cambio les pedía ternura y delicadeza: "Si eso les hacía felices, ¿por qué no?. No me herían, me gustan los hombres que sonríen".