Yo era lo nimio de la casa, mi cuarto el más pequeño; por la noche, mi lamparilla, el libro y un geranio.
Tenía así a mi alcance la hierbabuena, que iba decreciendo, y mi cesto también; dejadme que lo piense
... estoy segura, nada más.
Si no me dirigían la palabra yo no abría la boca, y aun entonces tenía que ser breve y hablar en voz muy baja.
No sabía vivir hablando fuerte.
Me sonrojaba tanto el alboroto ...
Y de no haber estado tan distante y haberse ido ya mis conocidos, a menudo pensara que podía morir inadvertida.