Vienes y me pides te ponga, quite, te supere,
reclinada displicente en el sillón esteticista.
Cierras tus párpados y ordenas mejore
lo sometido al máximo celeste de lo humano.
Opuestamente objeto en contra de toda mascarilla,
pomada, ungüento o inocuo elixir;
ni cabe en mi adoradora deontología
fingir placebos ocultándote el espejo.
Tu trenza excomulga tintes invasores.
¡Déjala ondear bajo la luna!
Tus ojos, verdes corbetas porteadas al sol.
¡Déjalos en víspera impregnarse la dulzura!
Tu tez, ¡no le robes el color a la amapola,
que aburrir al trigal es anatema!.