Tú que siempre me juzgas y condenas, suspende la sentencia un solo instante:
que al morir me merezca ver la cara por la que entonces dejaré la vida.
Los que entonces morían sabían bien lo que les esperaba:
quedarse para siempre a la diestra de Dios.
Ahora que su mano está amputada, a Dios no hay quien le encuentre.
Renunciar a creer nos disminuye.
Mejor un fuego fatuo que falte toda luz.
que al morir me merezca ver la cara por la que entonces dejaré la vida.
Los que entonces morían sabían bien lo que les esperaba:
quedarse para siempre a la diestra de Dios.
Ahora que su mano está amputada, a Dios no hay quien le encuentre.
Renunciar a creer nos disminuye.
Mejor un fuego fatuo que falte toda luz.