Empuja el corazón,
quiébralo,
ciégalo,
hasta que nazca en él
el poderoso vacío
de lo que nunca
podrás nombrar.
Sé, al menos,
su inminencia y
quebrantado hueso
de su proximidad.
Que se haga noche,
piedra nocturna,
piedra sola.
Alza entonces la súplica,
que la palabra
sea sólo verdad.