Empuja el corazón,
quiébralo,
ciégalo,
hasta que nazca en él
el poderoso vacío
de lo que nunca
podrás nombrar.
Sé, al menos,
su inminencia y
quebrantado hueso
de su proximidad.
Que se haga noche,
piedra nocturna,
piedra sola.
Alza entonces la súplica,
que la palabra
sea sólo verdad.
... un rito que Arthur Miller se verá precisado a repetir a pesar suyo durante todos los estrenos, viajes, bajadas por las escalerillas de los aviones, haciéndose consciente, como había sucedido con Joe DiMaggio, que a pesar de su fama, él sería hasta el final Míster Monroe.
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