lunes, 25 de enero de 2021

Empezamos a saber vivir

Al lento sol que baja hacia la tarde
ceder, abandonarse.
Declinación.
El flujo de vivir
se ha ido deteniendo imperceptible
como el borde del vuelo o la caricia.
Aún dura leve lo que fuera huella
de su tacto tenue.
No sé si salgo o si retorno.
¿Adónde?
El fin es el comienzo.
Nadie
me dice adiós. Nadie me espera.
Entrar ahora en el poniente,
ser absorbido en luz
con vocación de sombra.
Y tú, que me has amado, sacrifica
a las divinidades de la noche
lo más puro de mí
que en tu secreto reino sobreviva. 

lunes, 18 de enero de 2021

Música celestial

Respiración de las estatuas: música.
Quizás: silencio de los cuadros.
Tú, lenguaje en que terminan los lenguajes.
Tú, tiempo vertical,
perpendicular a la línea de corazones en fuga.
¿Sentimientos hacia quién? 
¿Mudanza del sentimiento en qué?
Es un paisaje audible.
Oh, tú, extranjera, música.
Espacio del corazón crecido más allá de nosotros.
Tú: el más profundo nuestro
que nos supera, que rebosa de nosotros.
Sagrado adiós:
pues en el interior quien nos circunda
cual la más frecuentada lontananza,
como otra vertiente del aire,
pura,
inmensa,
nunca más habitable.

viernes, 15 de enero de 2021

Frente a mí se sentó

Esta mañana me desperté temprano
pero me quedé en la cama.
El jardín ya se había despertado.
Por encima de todos los trinos y zumbidos
se oía la canción de cortejo del mirlo
una moneda redonda de oro.
Sorprendente,
sorprendente saber
que los músculos del cuello, la caja sonora
y la arquitectura levitante
de la pluma vacía y el hueso vacío
estaban codificadas en el ADN del mirlo,
transformado por ácidos ribonucleicos mensajeros,
hechos de carne,
esa particular brizna de carne cantante,
que hizo esa particular canción de apareamiento.
Pocas veces nos quedamos lo suficientemente callados
como para permitir que el sol se encuentre
con quien compartimos nuestro terreno.

domingo, 10 de enero de 2021

Intentando evitar lo inevitable

¿Ésta es la tierra?
Entonces no le pertenezco.
¿Quién eres tú en la ventana iluminada, 
ensombrecida por las hojas inestables del árbol pasajero?
¿Lograrás sobrevivir donde yo no he de durar
más allá del primer verano?
Toda la noche las tenues ramas del árbol
alternan y susurran en la ventana luminosa.
Explícame mi vida, tú, que no muestras signo alguno,
aunque te invoque de noche:
no soy como tú, tengo por voz
solamente mi cuerpo; no puedo
desvanecerme en el silencio.
Y en las frías mañanas,
sobre la obscura superficie de la tierra
flotan los ecos de mi voz,
blancura que lo obscuro absorbe siempre
como si hicieras una señal después de todo,
para convencerme de que tampoco tú podrías
sobrevivir aquí, o mostrarme
que no eres tú la luz que yo invoqué
sino la obscuridad que había detrás de ella.