Es como si fuera la lectura más exacta: el cielo, las nubes, el sol puesto.
Lo demás, la especulación que las palabras se traen, el fluir de ciertos tonos de voz, tu cuerpo apoyado en la piedra, frente al edificio, esperando que no llueva ... esta vez.
Podemos pensar más en todo esto; y trabajar el color que muda a cada instante, como si el final del día no fuera un momento de lentas transiciones.
Podemos entrar sin prisa en la noche que nos aguarda, viendo la bruma caer tras los cristales del coche, oyendo el ladrido de los perros, sabiendo apenas que ninguna noche nos servirá de abrigo.
Pero no sé: estas frases que descubren lo que tengo que decirte con la perplejidad de la gramática, estos lapsos que se instalan en el corazón de la palabra ... ¿Cómo transformarlos en certezas, y lograr que una flor surja de un movimiento de afirmaciones visibles como las estrellas en el claro de los árboles?
Quisiera escribirte una guía para el mundo de la evidencia, con su exacta cartografía de emociones, y encontrar en tus manos la línea hacia su centro, donde un fulgor de volcanes secretos toma luz. En vez de eso, te doy este poema; y sé que por él ha de correr el río que nace de tu risa de fuente.
Entonces, te digo lo normal en estas situaciones.
No me refiero a las declaraciones de amor, a los verbos que se prestan al susurro, ni al fuego de sustantivos que se pegan a la lengua, dejando en la boca una sequedad de ceniza. Digo lo que este verso puede contener ... franquearé el campo de tu cuerpo.
Poco más puede decirse en una noche como ésta, en que el viento desenlaza las nubes, activando las invisibles jaurías del sueño.
Así, te veo quedarte dormida ... veo desembocar tu desnudez en el estuario de la madrugada, y oigo desplegar las velas de tu respiración matinal.
Lo demás, la especulación que las palabras se traen, el fluir de ciertos tonos de voz, tu cuerpo apoyado en la piedra, frente al edificio, esperando que no llueva ... esta vez.
Podemos pensar más en todo esto; y trabajar el color que muda a cada instante, como si el final del día no fuera un momento de lentas transiciones.
Podemos entrar sin prisa en la noche que nos aguarda, viendo la bruma caer tras los cristales del coche, oyendo el ladrido de los perros, sabiendo apenas que ninguna noche nos servirá de abrigo.
Pero no sé: estas frases que descubren lo que tengo que decirte con la perplejidad de la gramática, estos lapsos que se instalan en el corazón de la palabra ... ¿Cómo transformarlos en certezas, y lograr que una flor surja de un movimiento de afirmaciones visibles como las estrellas en el claro de los árboles?
Quisiera escribirte una guía para el mundo de la evidencia, con su exacta cartografía de emociones, y encontrar en tus manos la línea hacia su centro, donde un fulgor de volcanes secretos toma luz. En vez de eso, te doy este poema; y sé que por él ha de correr el río que nace de tu risa de fuente.
Entonces, te digo lo normal en estas situaciones.
No me refiero a las declaraciones de amor, a los verbos que se prestan al susurro, ni al fuego de sustantivos que se pegan a la lengua, dejando en la boca una sequedad de ceniza. Digo lo que este verso puede contener ... franquearé el campo de tu cuerpo.
Poco más puede decirse en una noche como ésta, en que el viento desenlaza las nubes, activando las invisibles jaurías del sueño.
Así, te veo quedarte dormida ... veo desembocar tu desnudez en el estuario de la madrugada, y oigo desplegar las velas de tu respiración matinal.