Poco a poco ascendió una estrella amarilla a su lugar más alto,
extravió la luna su sombrero de plata, toda la tarde se encendió en silencio
lo mismo que un salón centelleante.
Padre, comenté al cielo, tan puntual como siempre.
El cielo más lejano era amarillo
arrancado de una gualda más intenso,
hasta que el azafrán se hizo cinabrio, sin que pudieran verse las costuras.
Puedo nombrar a algunos que en su tumba se alegrarían tanto
con las noticias que yo sé esta noche, de tener ocasión de conocerlas,
hincha las pequeñeces ...
el que ahora esté andando por la tierra,
si se les diera esta oportunidad.