En la amplia sala, al declinar el día,
dos hombres conversaban quedadamente.
Yo estaba allí, no sé por qué, presente
y escuchando tras una estantería.
Hablaban en latín. Yo no entendía
ni jota. La pareja era infrecuente:
uno joven, y el otro evanescente
en la túnica blanca que vestía.
Alrededor de libros, sabia herencia
de un mundo extraño, nebuloso, incierto.
Y el trastocado tiempo por testigo.
De improviso, advirtieron mi presencia
y, acercándose amable, mi Maestro:
"Aquí el Poeta -dijo-, aquí ... un amigo".
dos hombres conversaban quedadamente.
Yo estaba allí, no sé por qué, presente
y escuchando tras una estantería.
Hablaban en latín. Yo no entendía
ni jota. La pareja era infrecuente:
uno joven, y el otro evanescente
en la túnica blanca que vestía.
Alrededor de libros, sabia herencia
de un mundo extraño, nebuloso, incierto.
Y el trastocado tiempo por testigo.
De improviso, advirtieron mi presencia
y, acercándose amable, mi Maestro:
"Aquí el Poeta -dijo-, aquí ... un amigo".