miércoles, 10 de diciembre de 2014

La levedad de una gota de rocío

Ved cómo ese rocío cenelleante se vierte desde el seno mañanero sobre las rosas florecidas, y olvidando el lugar en que ahora vive, la luciente región en que nació ha encerrado en su misma redondez ... y en el pequeño espacio de su esfera protege en la medida en que es posible su elemento natal, que era la altura.
Y cómo con desdén apenas roza aquella bella flor hecha de púrpura, y volviendo sus ojos a los cielos brilla con una luz acongojada como su propia lágrima ... debido a nostalgias que inspiran las estrellas.
Inquieta y frágil, siempre temblorosa, con miedo de llegar a hacerse impura, por fin se apiada de ella el sol ardiente, que pronto la evapora ... regresando al firmamento ... su lugar de origen.
Así el alma, esa gota y ese rayo del claro manantial de luz eterna, en las flores humanas puede verse cómo aún guarda memoria del lugar del que viene, rechazando las tiernas hojas y los verdes brotes, y abismándose así en su propia luz, en puros pensamientos envolventes ... crea un cielo mayor en otro exiguo.
Con humildad en su hechura lastimada se esfuerza por dejar de ser lo que es.
Se niega a todo el mundo circundante, aunque acoge la luz del claro día, oscura por abajo, luminosa por la parte de arriba,  muestra aquí su desdén ... pero allí es toda de amor.
¡Qué ansiosa por partir y qué dispuesta en todos los momentos a ascender, a punto de caer, y sin embargo ansiosa por volver a las alturas!
Así el santo rocío del maná cayó blanco e intacto, aunque cuajado por el frío en la tierra, aunque después se disolvió a la luz del esplendor ... del todopoderoso sol del cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario