Los poemas a la muerte son un engaño.
La muerte es la muerte.
Un viento suave sobre la nieve
licua muchas clases de sufrimiento.
Desecho el pincel.
De aquí en adelante le hablaré
a la luna cara a cara.
Mi viejo cuerpo:
una gota de rocío que ha crecido
en la punta de una hoja.
Mi único deseo es vivir
en la capital de la no-acción.
Abismos de frío,
insondable rugido del océano.
Qué triste: las flores del cerezo
se vuelven nubes que
vienen a saludarme.
Un último pedo:
¿son éstas las hojas
de mi sueño, cayendo, vanidosas?
¿Una palabra de despedida?
La nieve que se derrite no huele.
Suya, atentamente.