Mi concepción del realismo en poesía no me obliga a hablar de la realidad cuando escribo el poema, ni a tener las manos sucias del barro y el cieno de los que la vida está hecha.
Pero cuando salgo de casa, y las calles se me presentan con la evidencia de sus habitantes, o cuando leo los titulares de los periódicos en el quiosco de la esquina, esa realidad es otra; no digo que sea más real que la del poema, o que la vida me obligue a sacarme de la cabeza el sueño al que pertenece la otra realidad de lo que escribo.
Puedo concluir, por tanto, que existe un conflicto entre lo que veo o lo que, de esa mirada, pasa al poema.
Puedo designarlo fractura, y compararlo con las palabras que, como el agua que corre en las montañas, y es limpia por el filtro invisible de la piedra, se dejan purificar por la música del poema, cuando nacen en el verso ... como el agua en la fuente.
Pero cuando salgo de casa, y las calles se me presentan con la evidencia de sus habitantes, o cuando leo los titulares de los periódicos en el quiosco de la esquina, esa realidad es otra; no digo que sea más real que la del poema, o que la vida me obligue a sacarme de la cabeza el sueño al que pertenece la otra realidad de lo que escribo.
Puedo concluir, por tanto, que existe un conflicto entre lo que veo o lo que, de esa mirada, pasa al poema.
Puedo designarlo fractura, y compararlo con las palabras que, como el agua que corre en las montañas, y es limpia por el filtro invisible de la piedra, se dejan purificar por la música del poema, cuando nacen en el verso ... como el agua en la fuente.
Ese triángulo palabra-música-imagen son capaces, por si solos, de mitigar cualquier instante de soledad
ResponderEliminar... o eso creo.